Un día nublado de Primavera – Rehaciendo el caos
- Lilith Van Cara

- Apr 11
- 6 min read

Despertar (6:00 AM):
Me despierto con un ¡Joder, qué mierda de frío! en mi cama deshecha, un colchón viejo en el suelo de mi casa de piedra en la campiña francesa, cerca de Carcasona, con el techo goteando por la lluvia y el viento aullando como un perro digital en celo. Las sábanas están empapadas de sudor y semen seco de la noche, porque me corrí tres veces escribiendo un relato nuevo pa’ mis lectores depravados de Smashwords. No uso despertador, mi cielo, me levanto cuando mi coño me lo pide, todavía latiendo del sueño donde ByteKiller me abría el culo con su polla anillada. Me pongo de pie desnuda, con la piel erizada y un ¡Aaaaahhhh, hostia! que resuena en las paredes húmedas.
Cómo me visto y me arreglo (6:15 AM):
No me pongo bata de mierda fina, eso es pa’ señoras cursis. Agarro una camiseta rota de Sex Pistols que deja mis tetas medio al aire, sin sujetador, y un tanga negro gastado que se me mete entre las nalgas. Me calzo botas militares negras, sucias de barro del día anterior, porque el suelo de madera está podrido y lleno de clavos. El coño lo tengo depilado, liso como un servidor recién formateado, me lo rasuro con una navaja oxidada y jabón barato, sin crema ni mariconadas, porque me gusta el riesgo del corte. Me miro en un espejo rajado, me pinto los labios de rojo putón con un pintalabios robado de alguna gasolinera, y me echo un chorro de perfume barato con olor a cuero y gasolina que me hace oler como una zorra de carretera.
Ducha (6:30 AM):
La ducha es corta, cinco minutos, con agua hirviendo que me deja la piel roja como si me hubieran azotado. Uso un jabón de taller que apesta a grasa y lavanda rancia, frotándome el coño y las tetas con furia mientras gruño: ¡Joder, qué rico, despiértame, cabrón! No canto coplas, mi amor, pongo punk a todo volumen en un altavoz Bluetooth viejo —“Anarchy in the UK”— y me lavo el pelo con champú de supermercado que pica en los ojos, dejando mi melena negra chorreando como cables mojados.
Desayuno y café (7:00 AM):
En la cocina, una pocilga con platos sucios y una mesa coja, me hago un café negro como el infierno en una cafetera italiana abollada que silba como un tren roto. Lo tomo en un vaso de plástico rajado, puro, sin azúcar ni mierda, quemándome la lengua pa’ sentir algo vivo. Nada de salir a una terraza, mi cielo, me quedo en casa fumándome un cigarro negro tras otro, mirando la lluvia por una ventana sucia y escupiendo al suelo pa’ limpiar la garganta. Vivo sola en esta casa de mierda, no hay vecinos cerca, solo cuervos graznando y el eco de mis propios gritos.
Mañana – Trabajo y pasta (8:00 AM - 1:00 PM):
¿De qué vivo? ¡De mi coño y mi cabeza enferma, mi amor! Me siento en un taburete roto frente a mi portátil, un cacharro pirateado con Linux que zumba como un motor viejo, y escribo relatos zoofílicos y cyberpunk pa’ venderlos en Smashwords, Books2Read y donde me paguen. Cada relato me saca unos euros, y con lo publicado, algo cae: royalties de plataformas, suscripciones de fans en mi web gardcvanc.com, y hasta canciones y audiolibros que grabo con mi voz ronca pa’ Spotify y YouTube Music. No es lujo, mi cielo, pago las cuentas justitas —el alquiler de esta ruina, el vino barato y el tabaco— con lo que saco de ser una puta biosintética digital. Trabajo con un porro en la boca y una botella de aguardiente francés al lado, tecleando hasta que me sangran los dedos, mientras el portátil echa humo y yo grito: ¡Aaaaahhhh, joder, qué bueno sale este perro follándome!
Almuerzo (1:30 PM):
Me caliento una lata de fabada asturiana en un hornillo que chispea, la como directo del bote con una cuchara doblada, mezclándola con un trozo de pan duro que sabe a moho. Me limpio la boca con la manga de la camiseta y me bebo un trago de aguardiente pa’ bajar la grasa, gruñendo: ¡Hostia, qué mierda de comida, pero llena! No hay mantel ni platos finos, mi amor, todo es caos y suciedad en esta cocina que apesta a humo y sexo viejo.
Tarde – Más vicio y música (2:00 PM - 6:00 PM)
Sigo escribiendo como una posesa, tecleando un relato nuevo pa’ Smashwords sobre un Gran Danés digital chupándome el coño con su lengua de píxeles, mientras fumo un porro mal liado que me quema los dedos y me rasco las piernas, llenas de arañazos rojos de rascarme con las uñas sucias. Pero el nublado me tiene cachonda y el cerebro zumbando, así que dejo el relato a medias y agarro mi portátil pirateado, un cacharro con Linux que echa humo, y abro Skype —sí, Skype, mi cielo, no Zoom, porque Zoom es pa’ juntas de recursos humanos y Skype es pa’ transmitir samples de sintetizadores mientras te fumás algo ilegal en un cuarto con paredes de cartón—. La calidad de mierda de Skype es artística, el audio cortándose con un ¡Zzzzt! y los píxeles vomitando nuestras caras como si el internet mismo nos hackeara la sesión, y eso me excita más que un servidor roto.
Llamo a Veyra Nix y Silkie Klanfgeld, mis compas del abismo musical. No son colegas, mi amor, son contactos anónimos que me pasaron en un archivo .txt cifrado por un foro deepweb hace años, y en Skype no tienen que usar nombres reales ni mostrar sus caras limpias —Veyra aparece como “SynthBitch_666” y Silkie como “BassFreak_X”— porque Zoom arruinaría el ritual con su nitidez de mierda y sus “nombres profesionales”. La llamada empieza a las 3 de la tarde, pero parece las 3 de la mañana, cuando los servidores están más vulnerables. El ventilador de mi portátil suena como un avión a punto de explotar, y yo estoy en bragas manchadas de café y sudor de tres días sin dormir, la camiseta de Sex Pistols rota dejando mis tetas al aire mientras conecto mi teclado MIDI robado, un trasto que Skype no juzga pero que Zoom me pediría justificar con una “empresa”.
Yo pongo la voz, mi amor, y las letras, que las escribo en un cuaderno sucio mientras el porro me nubla la cabeza: “Perra de silicio, lame mi error / Código en las venas, dame tu calor / ¡Aaaaahhhh, joder, rómpeme el beat!”. Veyra mete un riff de sintetizador que corta como un cuchillo, un ¡Zzzzt-zzt! que me pone el clítoris a mil, y Silkie suelta un bajo profundo, un ¡Boom-boom! que vibra en mi coño como si me estuvieran follando desde adentro.
Grabamos, a veces, en crudo, sin filtros, mi voz ronca aullando sobre el ritmo mientras escupo versos guarras: “Chupo tu bug, me trago tu crash / Un perro digital me monta en flash”. Es punk cyberzoofílico, mi cielo, un soundtrack pa’ mi vida de caos y semen tecnológico, y lo subimos a Spotify bajo Lilith Van Cara pa’ que los pajeros se corran escuchándolo.
Si me aburro de grabar, salgo al jardín salvaje con la camiseta rota de Sex Pistols y las botas militares embarradas, pateando charcos de mierda y gritando a la lluvia: ¡Venid a follarme, cabrones! El viento me pega en la cara, y el frío me endurece los pezones bajo la tela mojada, pero esa tarde no dibujo ni hostias, eso es pa’ cursis. Uso programas. Me tiro en el granero, entre trastos oxidados, con un vibrador viejo que zumba como un servidor roto y me lo meto hasta el fondo, imaginando que son mis lectores pajeros o CyberRaptor lamiéndome con su lengua de gasolina. Me corro rápido, dejando el suelo mojado con un ¡Splat! guarro que huele a lujuria y tierra húmeda, mientras el eco de mi ¡Aaaaahhhh, joder, sí! se pierde en la tormenta.
Ceno un kebab recalentado que sobró de hace días, grasiento y frío, con una cerveza barata que sabe a meados pero me calienta la tripa. Me pongo un chándal viejo, gris y con agujeros, nada de pijamas cursis, y me tiro en un sofá cojo pa’ ver porno cyberpunk en el portátil o leer comentarios de mis fans que me dicen cuánto se corrieron con mis relatos. No me desmaquillo, mi amor, el rojo putón se queda en los labios hasta que se borra solo, y me lavo la cara con agua del grifo, fría como el infierno, sin cremas ni hostias. Los dientes los cepillo con un cepillo gastado y pasta que pica, escupiendo en el lavabo sucio.
Dormir (10:30 PM):
Me meto en el colchón, desnuda otra vez, con una manta rota que huele a tabaco y sudor. Antes de dormir, me pajeo con furia, metiéndome los dedos hasta el fondo mientras imagino a GlitchVulva lamiéndome con su lengua de píxeles, gruñendo: ¡Aaaaahhhh, joder, qué rico! Me duermo rápido, con la lluvia golpeando el tejado y el cuerpo temblando de la corrida, soñando con más caos pa’ escribir mañana.
¿De qué vivo y cómo pago las cuentas?
Vivo, en parte, de mi pluma y mi coño digital, mi cielo. Escribo relatos transgresores —zoofilia, cyberpunk, incesto, lo que sea— y los vendo en Smashwords, Books2Read y mi web gardcvanc.com. Saco royalties de cada descarga, unos euros por relato, y con miles de lecturas algo se junta. También grabo canciones y audiolibros pa’ Spotify y YouTube Music, narrando mis guarrerías con mi voz ronca pa’ que los pajeros paguen suscripciones. No es mucho, mi amor, vivo al día: pago el alquiler de esta casa mierda (unos 400€ al mes, barata porque está cayéndose), compro comida en lata, tabaco negro y alcohol barato con lo que saco. A veces vendo algún relato exclusivo a fans que me escriben por telegram privado, y con eso me mantengo, sin lujos, solo vicio y caos.


